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19.6.2017 | None

Estado Vegetal: La inteligencia y la sensibilidad de Manuela Infante

Estado Vegetal: La inteligencia y la sensibilidad de Manuela Infante

Este texto fue creado en el Taller de Crítica a cargo de Javier Ibacache, el cual forma parte de las actividades de LAB Escénico de Teatro Hoy 2017. Por esto mismo, los comentarios que aparecen a continuación son de exclusiva responsabilidad de su autora, y no corresponden necesariamente a la opinión de Fundación Teatro a Mil.

Por María José Neira

Desde sus inicios en el teatro, Manuela Infante emerge como una directora que pone en crisis el rol representativo del teatro. Han pasado quince años desde su debut con la polémica obra Prat y un sinnúmero de trabajos, en los que destaca el nivel de profundidad con que aborda las temáticas propuestas y el riesgo en el ejercicio del juego escénico.

Recientemente concluyó un ciclo teatral con su compañía Teatro de Chile y lo hizo de la mejor manera. Realismo indagaba en la búsqueda de un teatro no antropocéntrico al darle relevancia dramática a los objetos. Partiendo de la premisa que la tierra seguirá existiendo cuando los humanos nos hallamos extinguido, son precisamente los objetos los que se apoderan del protagonismo de la historia de una familia que generación tras generación experimenta cambios en su existencia, los que se explica a sí misma como fenómenos paranormales.

Estado Vegetal es una obra unipersonal que retoma la senda filosófica de Realismo y reafirma un teatro no antropocéntrico, dándole a su única actriz la labor de representar los diversos roles que componen esta “polifonía ramificada, exuberante y reiterativa”, tal como señala su reseña. Labor que sin duda Marcela Salinas, consigue a cabalidad.

Por medio de un cuerpo dúctil y una potente y creativa voz, la actriz logra hacer aparecer a variados personajes: un encargado de aseo y ornato de un municipio, una vecina, una señora mayor, una mujer con problemas cognitivos y la madre de un bombero, quienes permiten que la historia de fondo –un accidente del choque de un hombre en moto contra un árbol- haga aparecer las reflexiones propuestas: ¿Es posible la comunicación entre los seres humanos y el mundo vegetal? ¿Existe una inteligencia vegetal? ¿Podemos hacernos cargo de los distintos planos de realidad que existen en nuestro mundo o estamos condenados a ignorar aquello que desconocemos? ¿Tenemos realmente una relación con el mundo vegetal o éste funciona únicamente como un telón de fondo? ¿No somos acaso un eslabón más dentro de la cadena de seres vivos?

Estas preguntas surgen de manera natural en las diversas escenas de los personajes involucrados. No se levantan como interrogantes ulteriores sino que se desprenden de la acción. Alusiones constantes desde el texto a frases como “no me puedo mover”, “ir a la raíz de las cosas” o el mismo título “estado vegetal” tejen un entramado visible y sensitivo que su directora presenta hábilmente para que la aridez del pensamiento de Mancuso –el citado biólogo-sobre las plantas se instale como un mundo teatralmente posible, cercano y comprensible para los que observamos a su solitaria intérprete y un espacio simple pero complejo a la vez, desprovisto de grandes escenografías porque está repleto de ideas activas y luminosas.

Asistir a una función de Manuela Infante no decepciona. Su inteligencia, creatividad y sensibilidad constituyen, sin duda, una firma personal.

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