16.11.2017 | None
Alfredo Castro: “Para mí es muy importante la conmoción que yo pueda provocar en el espectador”
Por Sergio Espinosa
“Me acuerdo que una vez estábamos haciendo Historia de la sangre o La manzana de Adán y yo recibí una carta. Una carta en la que me invitaban a participar de una red de gestores culturales, de programadores y productores. Y yo le dije a la Carmen Romero ‘yo no hago producción, así que toma la carta’. Y ahí empezó Santiago a Mil”.
Con estas palabras, el actor y director de teatro, Alfredo Castro -uno de los grandes creadores del teatro nacional y maestro de generaciones que ha marcado la escena impulsando un lenguaje que deja huella- recuerda los inicios del Festival que en su edición 25 lo tiene a él como su artista homenajeado por su trayectoria teatral.
Fue Alfredo, junto a Teatro La memoria, Teatro del Silencio y La Troppa, quienes dieron el impulso inicial a la primera versión de Teatro a Mil en la Estación Mapocho. Hecho que lo convierte en una figura fundamental en el origen comunitario de este evento que desde 1994 sigue acercando las artes escénica a los chilenos y chilenas.
Me emociona este homenaje y lo recibo y lo siento como un homenaje a una generación, lo recibo a nombre de Andrés Pérez, de Mauricio Celedón, de La Troppa, de todos mis colegas, de la Evelyn Campbell y de la Carmen Romero, de los periodistas que trabajaron con nosotros, de los escritores, los poetas, toda esa generación que luchábamos fuertemente y que sigue luchando, siento que es un homenaje más a ellos que a mí particularmente. Todos los actores que trabajaban conmigo por nada, por estar ahí. Era una época hermosa, linda, donde el afecto funcionaba. Creo que el afecto, el cariño y el respeto han sido expulsado de la escena, ya no existe, es como mal visto que el público se emocione en una obra. Yo todavía creo en eso, creo mucho en los afectos, creo profundamente en la emoción de los proyectos, en la emoción que provoca en mí, en los actores y evidentemente en el espectador.
La verdad es que pocas veces me he sentido cómodo en el teatro. Conocí la experiencia del cine y me pareció que yo respondía mucho mejor a los tiempos del cine que los tiempos del teatro. A mí me gusta mucho actuar en cine, y nunca ha sido una necesidad vital estar arriba del escenario. Si es, fue y será una necesidad vital tener mi teatro, eso si que fue un golpe bajo, mortal diría yo.
Era un lugar que yo anhelaba mucho. Siempre cuento la anécdota que, con Andrés Pérez, en la escuela donde éramos compañeros, decíamos por qué en Chile no hay un lugar donde actores que ya están formados, mayores, puedan ir a resetearse un poco, a volver a las bases más orgánicas de la actuación. El Teatro de la Memoria era un lugar, primordialmente, de circulación, de circulación de saberes. Mucha gente pasó por ahí, desde Raúl Ruiz hasta grandes directores extranjeros que venían a Santiago a Mil e iban a dar sus charlas, clases o seminarios.
Estar en cine o en teatro es un aprendizaje tremendo, y como uno trabaja con muchos directores tiene que someterse, en el buen sentido, a ese mandato y lo que te van pidiendo. Yo comprendí que lo que a mí me pasaba era que más que interpretar un rol, yo metabolizaba un rol. Metabolizar es pasar a la sangre, pasar al cuerpo. Me acuerdo que leí un libro precioso que decía, puede que Alfredo Castro quiera hacer Hamlet pero vamos a ver si Hamlet le presta su cuerpo a Alfredo Castro, ese es otro tema. Me pareció precioso ese pensamiento. Y ahí yo dije ´lo que tengo que hacer es simplemente abrir y dejar circular en mi cuerpo eso que es Hamle’.
A mí me corresponde, como creador, decir que lo que yo hago es teatro chileno, esto no se hace en otra parte. Cuando yo voy a ver algo afuera digo esto es teatro alemán, este es teatro polaco, este es teatro francés. Y a mí me correspondió y me sigue correspondiendo montar obras que corresponden a un teatro chileno, así sea Un tranvía llamada deseo, solamente yo lo puedo leer desde mi forma de ver la vida y me parece importante. Voy a ver de muy buena fe todas las obras y mi pregunta es ¿este teatro me dice algo a mí como una persona que vive en este país, que sufre, come, habla y vive todo lo que sucede, todo lo loco que es este país? Aprendí eso en Inglaterra, cuando una profesora me pregunta, ¿en Chile en que idioma montan Shakespeare? Pensé que me estaba bromeando, que me estaba tratando mal, siendo discriminatoria. Le dije en español, y me dijo no, imposible, ¿por qué no? Porque Shakespeare es inglés me dijo, pero yo le dije es universal, se monta en alemán, en polaco, porque no se va a montar en español. Por eso cuando volví y abrí el Teatro de la Memoria me dije: ¿cuál es mi equivalente a Shakesperare?
En dictadura todos los que hacíamos teatro usábamos mucho la metáfora para poder decir lo que no se podía, pero eso ya no es necesario. Hubo un momento en que uno trabajaba mucha metáfora y el que entendía entendía, el que estaba un poco arriba de lo que era el psicoanálisis, la poesía o la metáfora, podía acceder a esa comprensión. Siento que ahora lo más potente e importante es que el público entienda, entienda a cabalidad lo que se está diciendo y pueda conmocionarse y emocionarse con lo que está viendo. Para mí es muy importante la conmoción que yo pueda provocar en el espectador, sin duda.