4.1.2017 | None
Arias, Kartun y Zorzoli: tres miradas del teatro argentino
©Catalina Bartolome | ©Tristram Kenton
Primer acercamiento al teatro. Supongo que eran los actos que hacía para mi propia familia, actuaciones de living de casa con mi hermana menor. Pero el teatro nunca fue mi primera idea, de hecho cuando terminé el colegio secundario me interesaba escribir y empecé a estudiar letras. Empecé a hacer teatro como algo que me gustaba, pero que sentía que no era el centro de mi trabajo.
¿Por qué hacer teatro? En un momento mis dos deseos -el de escribir y actuar o querer algo escénico-, se unieron cuando me puse a escribir teatro. Ahí algo se cristalizó y me di cuenta que teatro era lo que quería hacer. Pero siempre me sentí un poco incómoda adentro de la categoría teatro, ya que lo que me gustaba estaba entre disciplinas, entre el teatro, la literatura, la música, las artes visuales, nunca me sentí una persona de teatro. Me siento más artista que trabaja en un territorio escénico.
¿Cómo nace Campo Minado? ¿Qué fue lo que gatilló que te decidieras por hacer desarrollar este trabajo? El proyecto empezó en 2013, cuando me convocaron para participar de una exhibición que se llamaba After the war, en la que participé con una videoinstalación en la que veteranos argentinos reconstruían una historia de la guerra en sus lugares de trabajo, y a partir de eso apareció la idea de “¿qué les habrá pasado a los que combatieron del otro lado?. Me pareció interesante el encuentro, hacer una obra de teatro donde ingleses y argentinos reconstruyeran historias de la guerra de las Malvinas. Ahí empezó todo un proceso de contactar a asociaciones de veteranos, viajar a entrevistar gente, hasta que se estrenó la obra en Londres.
¿Cómo se cruza la vida de los protagonistas con la de la sociedad argentina actual? La obra habla mucho sobre el presente, porque de alguna manera vemos a estos hombres de 50 y pico años, hablando sobre lo que les pasó; y eso es lo interesante de hacerla 34 años después de lo sucedido, porque es posible reconocer el efecto que tuvo la guerra a lo largo de la vida de todos ellos. Eso es algo que no siempre se puede ver, que es cuando la gente vuelve de la guerra, porque necesitas toda una vida para saber lo que la guerra le hizo a esa persona. Eso es lo interesante de hablar con estas personas hoy.
¿Qué temas del pasado crees que es importante reflexionar y poner en escena ahora? Es que es raro, porque yo no trabajo diciendo “ah, este tema es relevante”. Las ideas de las obras me llegan de manera muy azarosa, tienen que ver con algo que percibo o que está en mi imaginario, mi cultura, mi pasión o mi propia biografía; y de repente se convierte en una obra. No trabajo sobre temas. Cuando trabajé en la trilogía sobre la dictadura –Mi vida después, El año en que nací y Melancolía y manifestaciones-, fue porque soy de la generación del Golpe, nací en 1976 y esa experiencia está en mí.
©Fernando Lendoiro
Tu primer acercamiento al teatro. Fui niño espectador. El teatro estaba en los entretenimientos de la familia. Comedias españolas si elegía mi madre, teatro de revistas si lo hacía mi padre, y de vez en cuando teatro independiente –el que más padecía, el que más me dormía- invitados por tíos muy queridos y muy comunistas. Mirado desde aquí creo que de los tres géneros he tomado algo: el gusto por el humor de las comedias, el placer de lo grosero de la revista, y del independiente (el que se quema con leche…), mi horror por la solemnidad.
¿Por qué decides escribir teatro? Fue fortuito. Escribía narrativa, me iba bien, a los 20 años había ganado ya un concurso de cuentos de una editorial más o menos conocida. Alguien que solía leer mi producción me recomendó escribir teatro para fortalecer los diálogos. Empecé un taller, escribí mis primeros materiales en el género y degeneré. La narrativa era solitaria y el teatro en cambio era acompañado, lo social en él no era sólo una temática. Y tal vez lo más importante: allí era demandado. Nadie me pedía que le escriba una novela pero una obra sí. Los actores y directores de mi generación –cuando la creación colectiva no era tan frecuente- se interesaban, me pedían leer lo que producía, ofrecían resolver proyectos. Como siempre, y a cierta edad especialmente, solemos ser resultado del deseo del otro. Estrené mis primeras piezas y me fui quedando de este lado.
¿Cómo nace Terrenal? ¿Por qué recurrir a un texto bíblico como el de Abel y Caín? En el origen una imagen que anoté hace muchos años, dos hermanos enemistados conviviendo en un terreno heredado. Quedó allí en una libretita por dos décadas. Un día leyendo un libro de mitos hebreos, el de Graves, me reencontré con las leyendas complementarias al mito: Caín como inventor de los pesos y las medidas, su avaricia, su destino paradójico de hombre rico apresado en la necesidad de construir muros cada vez más altos para proteger lo ganado, atrapado en la ganancia. Lo extraordinario de los mitos es que son como la brasa, duermen encendidos, están allí en esa enorme biblioteca universal para que uno recurra a ellos cuando los necesita. Se fundieron aquellas viejas imágenes con el relato bíblico y nació la pieza.
¿Cómo se cruza la vida de estos dos payasos desolados con la de la sociedad argentina? ¿Qué elementos se pueden ver representados en ellos? El nombre Caín en hebreo significa posesión. Y el de Abel: nada. La lucha eterna entre el desposeído y el propietario. La leyenda es pre bíblica y se remonta al enfrentamiento entre nómades y sedentarios, los dos grandes modelos sociales: aquellos que viven sin cargar más que lo que necesitarán ese día, y hacen del andar liviano su vida; y los opuestos, los que se establecen y acumulan más de lo que precisan, y terminan atrapados, literalmente “poseídos” En un boceto grosero: las izquierdas y las derechas. Una dialéctica siempre vigente, que hoy en mi país, neoliberalizado, es además el gran eje político sobre el que gira todo.
¿Sobre qué temas te urge escribir ahora? Digamos que hago teatro por pura pasión y soy monogámico. No negaré que tengo cada tanto algunas fantasías nocturnas, pero desde hace tres años toda la energía se la lleva Terrenal. Y la devuelve, por suerte. Siempre he sostenido que en el teatro el verbo dirigir no debía acotarse exclusivamente al hacer escénico. Es demasiado cómodo pensar que con una puesta hecha a conciencia se termina tu responsabilidad en el asunto. Dirigir un espectáculo es algo que se hace cada día, cada función. Intento ver todas las que puedo y de cada una hacer un comentario. Acompañar a los actores en su devenir. Conseguir las mejores condiciones para la cooperativa. Las decisiones de gira además, qué público, dónde, cómo, son un campo tan estético como cualquier otro y si se las toma en serio llevan mucho tiempo, lo monopolizan. Un espectáculo no se mantiene en cartel, se lo mantiene. Y el mejor productor es siempre el director porque cada decisión junta lo laboral con lo artístico. Por ahora entonces Terrenal, ya aflojará, como siempre y aparecerá de sorpresa, como siempre también, algo nuevo.
©PTC Teatro | ©Prensa Teatro Nacional Cervantes
Primer acercamiento al teatro. Mi primer acercamiento, el más contundente fue cuando entré a estudiar a la Escuela Municipal de Artes Dramáticas, que ahora se llama Escuela Metropolitana de Buenos Aires, ahí me formé como actor. Pero crecí en una familia donde el teatro estuvo siempre presente, no tanto porque estudié teatro, porque yo soy de Mar de Plata, pero mi familia era de Buenos Aires, mis abuelos habían estado en contacto con el teatro, la música y de ahí puede ser que nació lo vinculado al arte. Cuando me decido por estudiar teatro, voy a Buenos Aires y ahí si comienzo a verlo asiduamente, en el San Martín, el Centro Cultural Rojas, y a partir de eso surgió el interés. Se vino definiendo en el transcurso en el que me formaba como actor.
¿Por qué dirigir teatro? Dentro de la escuela teníamos la oportunidad, desde la actuación, de generar propuestas, pequeños ejercicios, y desde ahí empezó a surgir el interés de llevar adelante algunas ideas o curiosidades que tenía, a escena. Sin darme cuenta, empecé a coordinar los proyectos y al final terminar dirigiéndolos. Para mí lo importante es encontrarme con las personas, porque el teatro es un espacio de juego y tiene algo que nuclea a las persona, las junta, hay un encuentro con el otro. Eso a mí me resulta muy gratificante, pero los ensayos es algo que disfruto muchísimo. Las funciones también, pero ahí uno va quedando en otro lugar jajaja, porque a esa altura el encuentro es entre los actores y el público. Pero en el encuentro con el otro está la oportunidad que tenemos de descubrir cosas nuevas en uno mismo, qué es lo que logra el otro en uno, y lo que uno logra generar en los otros. Es un ida y vuelta que saca a relucir aspectos, nuevas motivaciones, nuevos intereses, nuevas perspectivas sobretodo. Poder salir de la propia visión del mundo y empezar a verlo con los ojos de los demás. Es la posibilidad de poder salir del propio terreno de uno, y poder ver las cosas con una mirada diferente.
¿Cómo llegas a Tarascones? ¿Qué te atrajo del trabajo de Gonzalo Demaría? El año pasado me llaman del Teatro Cervantes para proponerme un texto que tenían y cuando me lo mandan, lo leo y lo primero que me llama la atención es que estaba escrito en verso. Es algo que nunca había encarado. Era en verso, pero era una situación urbana, contemporáneo y eso me resultó muy atractivo, no sólo porque era nuevo, sino porque se podían hacer cosas que hacían resonar con mi infancia, que tiene que ver con la música. También me gustó que la pieza tuviera algo de policial, de crimen, que se va revelando en el transcurso de la pieza. Y sobre todo, que presentaba personajes no realistas, sino que estaban presentados de forma extrema. Fue un cóctel de cosas nuevas que me resultaban muy atractivas. De Gonzalo Demaría había visto un par de espectáculos que me habían resultado muy atractivos e irresistibles. Son esas cosas que surgen sin quererlo y fue el momento justo. También fue la oportunidad de conformar un elenco con gente que me daba muchas ganas de trabajar y que eran actrices muy potentes todas.
¿Quiénes son las mujeres que protagonizan la obra? ¿Qué representa cada una de ellas? La pieza platea un grupo de señoras, amigas, que se juntan todas las semanas a jugar canasta y un día nos enteramos de un crimen y la primera acusada es la mucama de Raquel, la dueña de casa. Todas ellas son de alta sociedad, alto poder adquisitivo y tienen un humor muy negro, tremendo, sobretodo al momento de referirse a la mucama, ya que ahí ponen en juego lo peor de ellas. Pero en el transcurso de la pieza, nos damos cuenta que cada una tiene ocultos sus propios secretos, a sacar sus trapitos al sol y a despellejarse las unas a las otras. Pero al final, estas cuatro personas que son capaces de decirse las peores cosas; al momento de ensañarse con alguien de fuera del grupo, se unen.
¿Cómo se cruza la vida de estas cuatro mujeres con la de la sociedad argentina? Creo que no solo de la Argentina, sino que de toda sociedad en la que hay tensión de clases, donde hay grupos que se convierten en el enemigo, o donde hay una tendencia de la gente a nuclearse en relación a una pertenencia en común y diferente al otro. Esa tensión que se da entre estas mujeres adineradas en contra la mucama, y al grupo al que esa mucama pertenece; trasciende a Argentina y es bastante universal, pero en algunos lados se da de manera diferente. Estas mujeres también juegan en esta fantasía de la realeza, esta mirada nostálgica de pertenecer a algo que está por arriba del resto.
¿Qué temas te urge poner en escena ahora? Creo que el motor principal es encontrarme con otros. Por supuesto que pueden haber temáticas, pero lo que me atrae es encontrarme con gente con la que tenga ganas de trabajar y que haya un proyecto que nos nuclee, pero que sin embargo, nos permita seguir explorándonos como seres humanos y a través del teatro. No pienso la obra como algo de lo que me interesa hablar, sino como algo que me permite seguir indagando en algo, que tenga que ver con lo humano, con uno mismo. Sí hay algo que me llama de las relaciones humanas, sobre cómo las personas se tratan las unas a las otras y lo que cuesta ponerse en el lugar del otro. Las obras que me terminan atrayendo sí tienen que ver con eso, pero el teatro, en general y gran parte, habla de eso, de las relaciones humanas.