5.7.2017 | None
Beben, una obra atrapante
Este texto fue creado en el Taller de Crítica a cargo de Javier Ibacache, el cual forma parte de las actividades de LAB Escénico de Teatro Hoy 2017. Por esto mismo, los comentarios que aparecen a continuación son de exclusiva responsabilidad de su autor, y no corresponden necesariamente a la opinión de Fundación Teatro a Mil.
Por Daniela González A.
Después de estrenarse en Alemania, por primera vez se presenta en Chile esta obra -escrita por Guillermo Calderón- sobre voluntarios alemanes que ayudan a víctimas del terremoto en Chile. Un imperdible que se presenta hasta el domingo 9 de julio en Teatro Duoc UC.
Comienza despacio esta obra cuyo nombre, Beben, significa terremoto en alemán. Por supuesto, no es casualidad el idioma del título: primero, porque Guillermo Calderón la escribió por encargo del Teatro Düsseldorfer Schauspielhaus en 2012, donde se estrenó por primera vez y, segundo, porque la trama gira en torno a cuatro voluntarios alemanes que llegan a Chile a ayudar a los afectados por el terremoto en 2010, pocos días después que ocurre. Pero tampoco es casualidad que la entrada sea lenta. Parece una decisión concordante a un montaje muy bien pensado, que atrapa progresiva y cada vez más intensamente, que por estos días se presenta en el Teatro Duoc UC, como parte del Ciclo Teatro Hoy de la Fundación Teatro a Mil.
El nudo empieza cuando Anna, la líder del grupo, se entera de que los otros tres voluntarios de esta ONG les han contado un cuento a los niños del campamento: un cuento muy particular y alucinante, por cierto, llamado Terremoto en Chile, que fue escrito en 1808 por el prodigioso alemán Heinrich Von Kleist. Esta narración está situada en el gran cataclismo que azotó al Chile colonial en 1647 y es una historia de amor, pasión, religión, moral y crueldad. La de un profesor que vive una apasionada relación con Josefina, hija de un noble, que se embaraza mientras está encerrada en un convento; ella es condenada a morir y él está en prisión. Y son liberados por este terremoto que destruye la ciudad, aunque no así por la sociedad santiaguina.
Desde el sentido común, este cuento no parece ser para niños que recién han vivido un terremoto. De ahí que los cuatro voluntarios se enfrasquen en una discusión acalorada, mientras van apareciendo cada vez más detalles de este cuento, hasta completar la historia. Funciona, entonces, como una narración doble: la que sucede en la historia de von Leist y la que sucede con los voluntarios.
Lo anterior, bajo la dirección de Antonia Mendía, de 27 años, quien le da un muy buen ritmo al texto de Calderón. Hay decisiones acertadas de esta debutante –como que los actores tengan textos en alemán– que además es la primera en poder dirigir un texto de él, pues siempre Calderón ha sido dramaturgo y director de sus obras (hizo algo similar con Feos, pero el proyecto original era de Aline Kuppenheim). Entre otras cosas, es destacable cómo Mendía logra conectar con esta identidad tan propia de las zonas terremoteadas, por ejemplo, en el uso de la iluminación que le da a la escena un aire constante de neblina, clásica de las noches costeras de la séptima y octava regiones, donde se supone se sitúa la acción. Solo alguien que ha vivido noches ahí puede reconocerlas. O también una vívida réplica del terremoto que se da en un momento, hecha solo a partir del sonido; los actores ni siquiera se mueven y el movimiento se percibe igual. Solo quien ha sentido réplicas puede reconocerlas. Y eso es identitario en una nación cuyos habitantes saben que el suelo que pisan podría abrirse en cualquier momento.
De esta forma, desde lo cercano que resulta el concepto de terremoto, la obra cuestiona otros temas como el asistencialismo o la religión, los que circundan cualquier catástrofe que pase en Chile. También la naturaleza humana es tan o más cruel que un sismo. Y también la infancia y cómo los niños, que no aparecen pero están siempre en escena, pueden sobrevivir a una catástrofe. Lo dice bien la actriz Paloma Toral en uno de los clímax de la puesta en escena, cuando, en alemán, narra lo que un niño chileno le ha dicho sobre Dios, acerca de por qué él envía una catástrofe como esta: “Dios es flojo, no quiso matar a los pecadores de a uno. Es un patán. Pero lo sigo queriendo. Él es tan bueno, que va a entender que lo siga queriendo sin perdonarlo”.