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[Crítica escénica] Die Odyssee: La búsqueda del padre ausente


[Crítica escénica] Die Odyssee: La búsqueda del padre ausente

Este texto fue creado en el Taller de Crítica a cargo de Javier Ibacache, el cual forma parte de las actividades de LAB Escénico del Festival Santiago a Mil 2018. Por esto mismo, los comentarios que aparecen a continuación son de exclusiva responsabilidad de su autora, y no corresponden necesariamente a la opinión de Fundación Teatro a Mil.

Por Teresa Huneeus

La celebración de los 25 años del Festival Santiago a Mil hace de enero un tiempo singular en que las obras escogidas deben leerse en clave de memoria y recuento del Chile actual.

La muerte del padre –Odiseo para la cultura griega o Ulises en la romana– es la excusa para unir los dos personajes de la fascinante Die Odyssee: Eine Irrfahrt nach homer, que forma parte de la selección internacional. Dirigida por el joven Antú Romero, alemán de madre chilena y padre portugués, reconocido por la crítica como uno de los creadores más interesantes de la escena teatral germana, durante una hora y 45 minutos hace un recorrido en torno a la figura paterna.

El entierro de Ulises, héroe por antonomasia y al cual admiran por sus aventuras, inicia una relación sincera entre dos hermanos, marcada por un profundo humor negro, en que cada uno trata de agradar la figura del ausente. Este vacío motiva el viaje emocional de ambos buscando certezas sobre las que orientarse.

Telémaco y Telégono se conocen en el funeral del padre, escena común a Latinoamérica donde el huacho tiene una fuerte presencia social. La herencia de un globo de helio en forma de corazón y la frase Te Amo, con una cartela adherida y el cual no posee un claro destinatario, los ilusiona sobre su contenido.

Pero este solo los ridiculiza y crea desazón respecto a un padre que se ríe de ellos bruscamente, señalando su genitalidad como el origen y fortaleza de su poderío. Al igual que las burbujas, recurso usado reiterativamente, son muestras efímeras de su omnipresencia y de las ansias de ser reconocido por alguien para quien no existen.

Es en el mutuo reconocimiento donde está la fuerza emotiva del montaje, el cual se arma con una visualidad atractiva y cambiante, de componentes pop que son conscientes de sus orígenes clásicos.

El uso de un lenguaje inventado –artificial como se indica en el programa– es una apuesta que entrega a los intérpretes la responsabilidad de encarnar desde la expresividad universal utilizando sólo palabras claves, lo que es solventado con éxito por el extraordinario manejo corporal de Thomas Niehaus y Paul Schröder.

El espacio escénico se basa en la simpleza y profundidad del cuadrado en blanco y negro, geometría de llenos y vacíos utilizada en forma simétrica y repetitiva haciendo eco del eterno retorno en que se sitúa el argumento. Es la espera infinita del que busca reconocimiento y respuestas por parte de fatuo más allá. La imagen central sobre la que se dispone la escenografía corresponde al actor estadounidense Kirk Douglas, recientemente homenajeado en la entrega de los Globos de Oro, quien en 1954 protagonizó a Ulises en la versión fílmica dirigida por Mario Camerino y Mario Brava, convirtiéndose en el mayor éxito de taquilla de la temporada.

La mirada artística de Romero es admirable por su capacidad sincrética, al dar a los distintos cuadros y escenas múltiples capas de lecturas. Su principal aporte reside precisamente en su libre reflexión y adaptación de una obra clásica interpretada con anterioridad en numerosas versiones, dando vigencia y novedosas perspectivas a un argumento fundante para el teatro. Refresca la mirada crítica del Chile actual, en el que sus ciudadanos esperan en vano una hoja de ruta que articule un nuevo relato que dé espesor a la nación.

Una obra de final intenso, que atrapa por su cuidada estética con fuerte influencia del cine y televisión de los 90, que sabe mantener el interés del público gracias al uso creativo de los distintos recursos escénicos.

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