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Estado Vegetal: Un árbol no se modera


Estado Vegetal: Un árbol no se modera

Este texto fue creado en el Taller de Crítica a cargo de Javier Ibacache, el cual forma parte de las actividades de LAB Escénico de Teatro Hoy 2017. Por esto mismo, los comentarios que aparecen a continuación son de exclusiva responsabilidad de su autor, y no corresponden necesariamente a la opinión de Fundación Teatro a Mil.

Por Constanza Alasevic

Para los asiduos a cuestionarse la existencia, ojo: esta obra de teatro puede abrir puertas y no volverlas a cerrar. Puede que el encuentro con los árboles ya no vuelva a ser el mismo después de ver Estado Vegetal. Puede que –mirándolos desde el suelo en un parque, en esa clásica imagen de cielo enramado– se escuche una especie de sonido, como si quisieran hablar. Puede uno efectivamente oírlos. Sentirse observado, intimidado. Son reacciones razonables. Porque ver esta impecable nueva producción de la dramaturga y directora Manuela Infante (Prat, Realismo, Xuárez), de quien a estas alturas no se espera menos, es una experiencia; un pasadizo a otro estadio, a otro lenguaje: al vegetal.

Parte del ciclo Teatro Hoy de la Fundación Teatro a Mil, la obra cuenta una historia en apariencia sencilla –distintas personas atestiguan sobre el grave accidente que un joven tuvo con un árbol– pero exuda una complejidad a ratos abismante no solo por el contenido, sino por la forma en que se narra. Interpretada de manera brillante por Marcela Salinas en un monólogo que da voz a todos estos personajes (un conserje, una vecina, una madre, una anciana y el mismo joven accidentado), la obra se basa en el pensamiento revolucionario de filósofos de las plantas como Michael Marder, y neurobiólogos vegetales como Stefano Mancuso. Esto es, asumir que las plantas sienten, piensan y se comunican. Y que lo hacen de una manera totalmente diferente a los humanos: mancomunada, ramificada, expansiva. Que podrían dominarlo todo si no fuéramos nosotros quienes las limitáramos. Que no podríamos vivir sin ellas, pero ellas sin nosotros podrían expandirse por siempre. “Un árbol no se modera”, dice uno de los personajes.

Poco a poco, en una seductora estrategia que Infante ya ha utilizado antes, se da una narración de conciencia fragmentada que da paso a completar una historia; siempre hay pistas y siempre hay un final, una verdad que se devela. En este caso, el accidente de este joven tiene responsables. Su madre lo sabe. El conserje también. Todos, de alguna u otra manera lo dicen. Y el espectador puede identificarlo al comprender las ideas filosóficas que subyacen en el montaje: que las plantas tienen voluntad.

Al igual que en Xuárez, Manuela Infante logra desentrañar la organización de la mente y la conciencia, pero desde el punto de vista de la mente vegetal. Y lo interesante es que en este caso, esta manera de contar la historia es, al mismo tiempo, una aguda puesta en abismo. Una obra sobre plantas cuyo lenguaje es el que utilizan las plantas: reiterativo, ramificado, unísono. “Las plantas tienen una suerte de cerebro distribuido; es decir, todas las células del cuerpo funcionan y hacen su contribución a esta inteligencia”, diría Mancuso, el neurobiólogo. Lo mismo en este montaje, donde hay una inteligencia central, una idea latente, que se expresa en cada elemento teatral: desde la cuidada iluminación que hace recordar imágenes de cerebros cuyas neuronas se encienden; conceptos como “irse por las ramas”, “dormir como un tronco”; maceteros pequeños que aparecen de otros más grandes; hasta los giros actorales (brillantes) de Marcela Salinas, quien repite una y otra vez ciertos textos, para completarlos en distintos momentos del montaje. Todo es una especie de fractal.

Estado vegetal demuestra que el reino vegetal es determinante en nuestra existencia. Crea esa sensación aunque sea dentro de una sala de concreto. No estamos en un parque, pero se siente como sí. No vemos un incendio, pero se siente desgarrador.

“Oh, noble dispersión vegetal y maravillosa democracia ramificada. Que sea mi piel la que come, para que comer sea más parecido a tocar que engullir. Enséñenme a hablar en químicos. Cómo sería crecer y nunca cerrase. Crecer siempre hacia afuera, de modo que eso que llaman el yo no sea más que recuerdo de semilla”, reza el monólogo en una de las partes culmines. Estado Vegetal tiene una posición. Es, al final de cuentas, una declaración de amor y pleitesía al reino vegetal de alguien que ha entendido que ellas, las plantas, tienen mucho más poder del que pensamos.

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