Otra vuelta de turca a Surinam
Este texto fue creado en el Taller de Crítica a cargo de Javier Ibacache, el cual forma parte de las actividades de LAB Escénico de Teatro Hoy 2017. Por esto mismo, los comentarios que aparecen a continuación son de exclusiva responsabilidad de su autor, y no corresponden necesariamente a la opinión de Fundación Teatro a Mil.
Los Contadores Auditores han elegido la comedia como el género idóneo para desatar su irreverencia en la escena nacional. Esto queda de manifiesto en su último montaje Surinam, presentado en el marco del Ciclo Teatro Hoy 2017 organizado por Fundación Teatro a Mil.
La obra, criticada como “pobre” y “superficial”, nos parece que merece una lectura más aguda y con ello, preguntarse si en el despliegue lúdico de vestuario, actuaciones y escenografía se busca la exposición de aspectos que permanecen ocultos y que solo pueden emerger gracias a la risa.
En esta línea, un problema central es la crisis de identidad de la juventud en el mundo del siglo XXI. La relación de Sócrates con su padre es el conflicto más evidente en este aspecto, en el cual se cruzan e inciden diversos elementos propios del mundo globalizado, tremendamente influenciado por las nuevas tecnologías y formas de socialización a través de diversas plataformas sociales. Así es como el boom de las series extranjeras resulta un referente al que el personaje constantemente recurre para representar y escenificar sus experiencias.
Además, y como si la vida fuera una comedia televisiva, el conflicto se desarrolla a través de oposiciones cliché, propias de argumentos televisivos: encuentro y desencuentro con su padre biológico, amor y desamor con Leti, su novia mexicana, y la chica canadiense; viaje y retorno en un camino de autodescubrimiento. En este sentido, el joven con quien comparte habitación durante su viaje es una caricaturización llevada al grotesco de la confusión y soledad que viven muchos jóvenes en la actualidad.
El tratamiento cómico de todas estas situaciones no nos parece en ningún caso superficial. Por el contrario, al tener como referente el mundo de las series y las relaciones virtuales, el montaje trata de ser igualmente veloz, lleno de giros y cambio de situaciones. Esto es constitutivo de la obra y se evidencia en el gesto fallido de Sócrates de escribir sus experiencias e intentar venderlas a una productora cinematográfica.
Esta derrota nos muestra, sin embargo, que la serie de experiencias vividas no tienen por qué considerarse excepcionales al punto de volverse un programa de televisión. Surinam sí muestra, en cambio, que bajo la comparación con cualquier tipo de ficción, la vida resulta menos excepcional, pero es en ese carácter en apariencia banal que se cifra todo aprendizaje final del personaje.
Si la obra trata sobre la identidad de los jóvenes en el siglo XXI, nos parece que resulta pertinente abordarlo desde los grandes referentes de consumo audiovisual que acaparan el tiempo de entretención de millones de personas en la actualidad. Al ser referentes de actitudes y maneras de comportamiento, estos programas se integran al imaginario que los jóvenes construyen para reconocerse y conformar una identidad.
Que esto sea bueno o malo no resulta concluyente, siendo el público quien puede responder desde su experiencia a este cuestionamiento. Surinam, título escogido para mostrar lo desconocido, resulta adecuado para mostrar ese cuestionamiento respecto a nosotros mismos, lo que nos conforma y que muchas veces se nos escapa, y expresa el espíritu de esta obra, porque el teatro de real valor no es aquel que como una segunda naturaleza genera un reflejo del mundo real que nos rodea, sino aquel que nos muestra la realidad en toda su complejidad y multiplicidad.